APADESHI Asociación de Padres Alejados de sus hijos

SÍNDROME DE ALIENACIÓN PARENTAL

 

I Congreso de Psicología Jurídica en Red (2004)
  Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid

Area: Guardias y Custodias y Regímenes de visitas conflictivos
Mesa redonda

Ignacio Bolaños

Psicólogo Forense. Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad de Madrid


  HIJOS ALINEADOS Y PADRES ALIENADOS. ASESORAMIENTO E INTERVENCIÓN EN LAS RUPTURAS CONFLICTIVAS.

  Una de las características significativas de las rupturas conyugales conflictivas es la dificultad para mantener intacta la capacidad de tomar aquellas decisiones relevantes que afectan a la necesaria regulación de las consecuencias de la separación. Cuando hay hijos, esta dificultad adquiere especial importancia en la medida en que los padres pueden poner su responsabilidad para definir su futuro en manos del sistema judicial.

En el contexto contencioso de los juzgados, los niños pueden expresar sus preferencias hacia uno de los progenitores. Sabemos que si los padres no pueden decidir, los hijos están aún menos preparados para ello. Pero la realidad es que su opinión adquiere un elevado grado de trascendencia desde el momento en que se hace explícita en el proceso judicial. Sin saberlo, su voz puede inclinar el equilibrio de la balanza hacia uno u otro lado, con importantes consecuencias para todos los miembros de la familia, incluido ellos mismos. A veces los niños tienden a sentirse responsables de la ruptura. Si además deciden, asumen también el peso de sus consecuencias. Por otra parte, su opinión siempre estará mediatizada, en mayor o menor grado, por el conflicto en el que están inmersos y por las presiones que están recibiendo.    

 

Correspondencia: Ignacio Bolaños
Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad de Madrid

  Algunos ejemplos: En determinados casos es fácil apreciar cómo el niño adquiere un papel protector del padre al que siente como más débil, el perdedor o el abandonado, ejerciendo una función defensora que no le corresponde. Esta función puede llevarle incluso a rechazar cualquier contacto con el otro padre, justificando su postura ante todas las instancias que le piden explicaciones, incluido el juez, quien puede ver cuestionada su autoridad ante la negativa del niño a cumplir el régimen de visitas legalmente establecido.

Una situación particular se plantea cuando, después de un tiempo de convivencia continuada con uno de los progenitores, el hijo comienza a mostrar su deseo de vivir con el otro. A menudo ocurre este hecho con varones, próximos a la adolescencia, que piden vivir con su padre. Hay una parte lógica en ello, que es coherente con las leyes del desarrollo: el niño puede necesitar una mayor presencia de la figura paterna en ese momento, y el cambio no tiene por qué ser negativo si hay acuerdo entre los padres. Pero su actitud también puede estar significando una huida de las normas impuestas por la madre, con las que el padre no concuerda y ante las cuales ejerce un rol más condescendiente. En esta discrepancia educativa, el niño busca salir ganando. Además, si la madre no acepta el cambio y el padre lo apoya, el enfrentamiento precisará de argumentos que justifiquen la decisión y el hijo focalizará en los aspectos maternos más negativos. Todo ello puede plasmarse en el conflicto legal. La consecuencia final, en numerosos casos, suele ser la ruptura de la relación maternofilial una vez modificada la medida judicialmente.

Tal vez en un intento de mantener el equilibrio, hay ocasiones en que los hijos prefieren repartirse entre sus padres, incluso sacrificando con ello la relación fraterna. Suele ocurrir que han tomado partido en el conflicto, pasando a formar parte de dos bloques enfrentados, en los que los niños reproducen las disputas de los adultos. En estos casos, la relación puede llegar a romperse, aunque habitualmente hay una parte "rechazada" que muestra su deseo de que ello no ocurra, mientras que la otra, "rechazante", adopta la postura contraria.

Estos ejemplos son una pequeña muestra de situaciones en las que la dinámica familiar que está provocando en los hijos indudables conflictos de lealtades (Borszomengy-Nagy, 1973) se vincula al contexto legal, encontrando en él un terreno propicio para desarrollar una nueva dimensión de su interacción conflictiva en la cual entran en juego nuevos y complacientes personajes dispuestos a ahorrarles el trabajo de solucionar por sí mismos sus desavenencias.

No es posible, por tanto, comprender los conflictos familiares a los que nos estamos refiriendo sin ubicarlos en el contexto legal en que se representan y en el que, en buena medida, cobran sentido. Como hemos visto, en este tipo de crisis, es indudable que la realidad legal marca notablemente la realidad familiar de manera que las diferencias en cuanto a la forma de compartir los cuidados de los hijos y de disfrutar de ellos se convierten en pugnas por la custodia y el régimen de visitas, donde lo que se discute ni siquiera es la forma de repartir, sino la propia pertenencia de los hijos. No puede ser de otra manera. En la batalla legal de la familia el término custodia se convierte en sinónimo de propiedad y el término régimen de visitas claramente nos habla de lo contrario. El Código Civil español indica claramente la necesidad de determinar "la persona a cuyo cuidado hayan de quedar los hijos sujetos a la patria potestad de ambos, el ejercicio de ésta y el régimen de visitas, comunicación y estancia de los hijos con el progenitor que no viva con ellos" (Art. 90). En ningún momento se habla de compartir.

Síndrome de Alienación Parental. Este contexto es el caldo de cultivo que nos permite introducir el término de síndrome de alienación parental (SAP), propuesto por Richard A. Gardner en 1985. Este autor hace referencia a una alteración en la que los hijos están preocupados en censurar, criticar y rechazar a uno de sus progenitores, descalificación que es injustificada y/o exagerada. El concepto descrito por Gardner incluye el componente lavado de cerebro, el cual implica que un progenitor, sistemática y conscientemente, programa a los hijos en la descalificación hacia el otro. Pero además, incluye otros factores "subsconscientes e inconscientes", mediante los cuales el progenitor "alienante" contribuye a la alienación. Por último, incluye factores del propio hijo, independientes de las contribuciones parentales, que juegan un rol importante en el desarrollo del síndrome. Poco o nada recoge sobre la participación del progenitor alienado.

Lo cierto es que las amplias y sucesivas descripciones ofrecidas por Gardner en sus diversos trabajos han servido para dar progresiva consistencia a un concepto que no está exento de polémica. La causalidad lineal con la que viene definido ha generado rechazo en algunos grupos de orientación feminista, mientras que asociaciones de padres separados han incorporado el término como un claro argumento técnico que demuestra la manipulación y la injusticia a que se sienten sometidos al verse alejados de sus hijos ante la pasividad de la justicia. Se han creado incluso páginas web sobre el tema (la más significativa es www.parentalalienation.com). No en vano, la falta de criterios técnicos o la versatilidad de los mismos cuando los hay, es uno de los motivos que han contribuido a generar una tendencia judicial "blanda" en este tipo de situaciones.

La negativa de los hijos para relacionarse con uno de sus progenitores adquiere auténtica trascendencia en el momento en que se expresa en un juzgado y los mecanismos jurídicos y judiciales entran en funcionamiento. Se desencadena entonces una serie de acusaciones, búsquedas de explicaciones y acciones encaminadas a resolver el problema que hacen que la instancia judicial se convierta en parte del mismo en la medida en que adquiere la responsabilidad de garantizar o hacer cumplir una relación paternofilial que la dinámica familiar está impidiendo. Esta participación hace que debamos incluirla como un elemento de vital importancia en los componentes que definen el síndrome.

Por otro lado, la intervención judicial tiende paradójicamente a alienar aún más al progenitor alienado, quien se ve relegado a un segundo plano, colocándose entre él y su hijo una nueva y potente figura autoritaria que, en buena medida, sustituirá algunas de sus funciones. El progenitor alienado reclama y exige esta intervención con lo que también contribuye a mantener su situación.

Si concebimos el problema como el resultado de una interacción entre factores personales, familiares y legales, las posibles alternativas de solución deberían contemplar estos elementos. Una intervención judicial por sí misma o una intervención psicosocial aislada del contexto legal podrían ser insuficientes. En este sentido, la mediación familiar, entendida como un abordaje psicojurídico de conflictos psicojurídicos podría constituir un enfoque más próximo. Hablamos de una mediación adaptada a la realidad generada tras el inicio de un proceso legal contencioso, donde las diferencias y los desacuerdos se han convertido en posiciones de una disputa judicial que habitualmente poco tienen que ver con las auténticas necesidades de las partes en conflicto, y de una mediación que va más allá de la simple facilitación de procesos de negociación, otorgando importancia a la creación de un contexto familiar cooperativo que abra la posibilidad de una transformación en el proceso conflictivo. Este planteamiento de mediación, por todo lo dicho, debe considerarse en relación directa al contexto judicial, desarrollándose en el mismo o con una vinculación muy estrecha que permita una auténtica orientación psicojurídica conjunta.

Entendemos que el Síndrome de Alienación Parental (SAP) es un síndrome familiar, en el que cada uno de sus participantes tiene una responsabilidad relacional en su construcción y, por tanto, también en su transformación. Desde este punto de vista, podemos complementar el esquema lineal clásico (en el que hay un progenitor alienante que lava el cerebro a sus hijos para excluir al progenitor alienado, quien tiende a ser concebido como la víctima pasiva del síndrome) con una visión en la que cobran relevancia nuevos elementos como la evolución de la pareja hasta su separación, la influencia del contexto legal, la participación del progenitor alienado en el SAP y la participación de los hijos en medio de un sistema de dobles presiones parentales. Estas premisas nos permiten pensar que cualquier método de intervención debe ofrecer la posibilidad de un territorio neutral en el que ambas partes puedan sentirse legitimadas. Este método será eficaz si consigue devolver a la pareja parental la capacidad de retomar su capacidad de tomar decisiones, dejando de lado a los hijos en sus desavenencias, pero teniéndolos en cuenta como personas con necesidades propias al margen del escenario de la ruptura.

Para ser coherentes con este planteamiento podemos modificar la nomenclatura de Gardner en el sentido de sustituir los términos progenitor alienante y progenitor alienado por los de progenitor aceptado y progenitor rechazado.

Los prolíficos trabajos de R.A. Gardner (1985, 1987, 1991, 1998, 1999) sobre el Síndrome de Alienación Parental, y los del resto de escasos autores que han prestado atención a este tema (Lampel, 1986; Clawar y rivlin, 1991; Cartwright, 1993; Dunne y Hedrick, 1994; Lund, 1995; Waldron y Joanis, 1996; Walsh y Bone, 1997; Johnston y Roseby, 1997; Lowenstein, 1998; Vestal, 1999 y Jayne, 2000) ofrecen ya una amplia panorámica sobre las diversas expresiones del síndrome, aunque en general se ha enfatizado de manera predominante en los comportamientos excluyentes y manipulatorios del progenitor alienante y en los efectos de lavado de cerebro sobre los hijos. Los métodos de intervención que se proponen desde algunos de estos trabajos se centran consecuentemente en romper la línea de influencia entre ambos, recurriendo en algunos casos a métodos ciertamente drásticos (como los que propone el mismo Gardner).

Sin descuidar las importantes aportaciones descritas, intentamos profundizar en una vía complementaria de comprensión del SAP en la que el progenitor alienado y los hijos adquieran un mayor protagonismo. Así, hemos pretendido realizar un análisis de diferentes variables psicosociales y legales que aparecen en las familias en las que surge el rechazo como parte de una constelación de síntomas que cumplen criterios similares a los definidos por Gardner (1992) como Síndrome de Alienación Parental.

El SAP se manifiesta en el contexto de un proceso legal, por lo que nos ha parecido relevante introducir variables legales como la causa de separación y el tipo de procedimiento. Asímismo, la "cultura legal" suele asociar las manifestaciones del SAP a la existencia de un conflicto económico. Por ello hemos intentado valorar si existe alguna relación entre ambos.

Se ha intentado comprobar si las alegaciones utilizadas en litigios judiciales sobre rechazo asociado a dificultades en el cumplimiento del régimen de visitas establecido judicialmente responden a la sintomatología descrita por Gardner.

En la explicación de los factores que inciden en la génesis del SAP inciden seguramente variables familiares que pueden ayudar a su comprensión. En este estudio nos centramos en algunos aspectos del ciclo evolutivo de la pareja tomando como base la propuesta de Etapas evolutivas del grupo familiar de Satir (1967).

Así, pensamos que factores como la edad de los padres en el inicio de la convivencia o el tiempo para consolidar la relación de pareja previamente al nacimiento de los hijos pueden incidir en la definición de la relación y por tanto en la manera de manejar sus diferencias. Una inadecuada definición de la relación puede estar en la base, entre otros elementos, de una conyugalidad disarmónica que, si no se resuelve exitosamente tras la ruptura, interferirá de manera dramática en la continuidad de la parentalidad (Linares, 1996).

La forma en que se lleva a cabo la ruptura y los pasos posteriores de cada uno de los cónyuges hacia nuevas formas de convivencia también nos parecen relevantes. Si la separación no fue negociada ni pactada y una de las partes la consideró como una traición, como un engaño o como un sabotaje, el trabajo para elaborarla es mucho más costoso. Hay personas que nunca llegan a conseguirlo. En este punto, la aparición de nuevas parejas puede constituir un elemento de ayuda hacia la desvinculación definitiva con el otro o la otra o, por el contrario, convertirse en firmes aliados contra aquellos, algo que garantiza la continuidad del conflicto y, por tanto, del vínculo.

Estudio descriptivo del Síndrome de Alienación Parental. Teniendo en cuenta las anteriores variables, pasamos a describir los resultados obtenidos tras el estudio de 100 familias inmersas en procesos de separación, divorcio, ejecución de sentencia o modificación de efectos de sentencia, tramitados de forma contenciosa. En todas las parejas existía una controversia respecto a la custodia o el régimen de visitas centrada en el desacuerdo entre los padres respecto a la relación paternofilial y en la que cobraba un valor central la alusión a una actitud de rechazo de los hijos hacia uno de los progenitores. El juez solicitó una evaluación psicosocial con el fin de entender la problemática de la relación paternofilial y conocer posibles alternativas de solución. Estas 100 familias (las denominaremos grupo rechazo) fueron comparadas con otras 100 (grupo sin rechazo) de características similares en cuanto a litigiosidad y situación judicial, en las cuales los argumentos del conflicto legal no incluyen la existencia de un probable rechazo filial hacia alguno de los progenitores (Bolaños, 2000)

Variables relacionadas con el proceso legal. Cuando se plantean en el juzgado los litigios en los que el rechazo, sus causas y sus efectos se utilizan como elementos de la disputa, los argumentos legales utilizados difieren según cual sea la parte que los utiliza. El letrado del progenitor rechazado alude básicamente a la manipulación de los hijos por parte del progenitor aceptado, mientras que el representante legal de éste hace referencia al peso específico de la libre decisión del menor o a la limitada capacidad del progenitor rechazado para establecer un vínculo adecuado con sus hijos, para velar por sus cuidados o para atender razonablemente sus necesidades. En algunos casos se alude a causas más graves centradas en el comportamiento del progenitor rechazado como la actitud violenta hacia su ex-cónyuge o hacia los hijos, abusos, transtornos mentales o adicciones. En esta dinámica de confrontación judicial subyace la búsqueda de un motivo que legitime la postura que cada parte está defendiendo y que, por tanto, conduzca al juez a tomar la decisión más favorable a sus intereses.

En la medida en que la aparición del rechazo cobra sentido en el contexto de la ruptura conyugal, podríamos esperar que hubiera determinadas causas de separación que estuviesen más relacionadas con esta dificultad, y en especial aquellas más espinosas. Hemos encontrado que las causas aducidas en los litigios con rechazo no difieren de las de los otros litigios. En concreto, la incompatibilidad relacional y la falta de afecto predominan en ambos grupos por encima de todas las demás. No podemos afirmar, por tanto, que en general el rechazo surja únicamente como la reacción filial a un abandono del hogar del progenitor rechazado, a una infidelidad conyugal o las causas más graves anteriormente citadas, ni tampoco como el resultado de la manipulación consiguiente a los efectos que dichas causas producen en el progenitor aceptado.

El rechazo cobra expresión legal de manera preferente a través de dos procedimientos temporalmente diferenciados: el proceso de separación y el de ejecución de sentencia de separación. Ello apunta hacia la posibilidad de dos momentos de aparición, uno concomitante a la propia ruptura y el otro posterior a la misma. Si tenemos en cuenta que los trámites de un proceso contencioso de separación tienen una duración mínima de un año, podemos pensar en un rechazo que aparece aproximadamente durante el primer año y otro que surge posteriormente, a veces varios años después.

Otra cuestión que a menudo es asociada a este problema en los contextos legales es la existencia de una disputa económica entre las partes. El tópico axioma "si no me pagas la pensión no te dejo ver a los niños" y su contrario "si no me dejas ver a los niños no te pago la pensión" es habitualmente esgrimido en el conflicto. No encontramos diferencias significativas que nos permitan confirmar esta relación. De hecho, la mayoría de los casos estudiados (un 58%) no presentan un litigio económico explícito previo ni tampoco simultáneo al del rechazo. Por tanto, los aspectos financieros pueden constituir un "campo de batalla" diferente que desvía la atención de los padres, dejando a los hijos más al margen de sus disputas.

Variables demográficos. En las dos muestras estudiadas el porcentaje de niños es superior al de las niñas (54% en el grupo rechazo) y 58% en el grupo sin rechazo), pero la diferencia es escasa. No podemos asegurar que los niños rechazan más que las niñas, aunque hay autores que sí constatan esta diferencia (Johnston y Campbell, 1988; Buchanan y col. , 1991).

A diferencia del género, la edad sí parece constituir un factor relevante en la aparición del rechazo. Los niños del grupo de estudio, que muestran dificultades para relacionarse con uno de sus progenitores son significativamente mayores que los niños del grupo control (edades medias de 10,2 años y 8,1 años respectivamente). Los niños que rechazan se distribuyen normalmente hasta los 18 años, predominando el periodo de edad entre los 7 y 14, y más específicamente entre los 11 y 14 (40% de los casos). Estos datos coinciden en esencia con los ofrecidos por Wallerstein (1989) o Waldron y Joanis (1996). Ambos estudios coinciden en situar la pre-adolescencia y los primeros momentos de la adolescencia como los más proclives para la aparición del rechazo, etapas de tránsito en el desarrollo entre el juicio moral no independiente y el juicio moral dependiente (Piaget y Inhelder, 1960).

Variables relacionadas con la estructura familiar. La edad media de los hijos cuando sus padres se separaron fue de 7 años, similar a la del grupo SIN RECHAZO y con una elevada dispersión, lo que indica que el rechazo puede aparecer independientemente de la edad que el niño tenga en la ruptura. Como veremos, los datos apuntan a que en edades más cortas, el rechazo aparece posteriormente, y en edades más avanzadas es más reactivo a la separación.

Encontramos diferencias significativas en el tipo de convivencia que los padres y madres del grupo RECHAZO tienen tras la separación. Así, aunque en ambos grupos viven preferentemente sin una nueva pareja, en el grupo RECHAZO la proporción de los que sí tienen pareja es importante comparada con el otro grupo (un 41% frente al 22%). Cuando diferenciamos entre padres y madres, encontramos que las madres del grupo RECHAZO viven significativamente más en pareja que las del grupo SIN RECHAZO (un 40% frente al 18%), mientras que en los padres la diferencias, aunque elevadas, no son significativas (42% frente a 26%). La duración de dichas convivencias no ofrece diferencias relevantes. Así pues, más de la mitad de los padres y las madres del grupo RECHAZO viven sin pareja, aunque la proporción de padres que viven con pareja es superior a la de las madres. Un 18% de éstas y un 28% de aquellos han vuelto a convivir con su familia de origen. El 80% de las madres viven habitualmente con sus hijos (tienen la custodia) por el 20% de los padres. Un 28% de los padres del grupo RECHAZO viven habitualmente con los hijos anteriores de su nueva pareja, algo que no ocurre en ninguna de las madres estudiadas y tan solo en un 6% de los padres del grupo SIN RECHAZO.

Los resultados anteriores parecen confirmar la importancia del tipo de convivencia elegido tras la ruptura, apareciendo como elementos claramente diferenciadores la mayor tendencia a convivir con una nueva pareja de los progenitores del grupo RECHAZO, especialmente los padres, y el hecho significativo de que éstos, además, conviven con mujeres a su vez separadas y, por lo tanto, con los hijos de éstas, algo que probablemente es más difícil de aceptar para sus propios hijos quienes, en sus dificultades para adaptarse no solamente a la ruptura sino también al nuevo sistema de vida paterno, no encuentran un especial apoyo materno, al menos en ese sentido.

Variables socioeconómicas y culturales. Hemos encontrado que el nivel socioeconómico de los progenitores del grupo RECHAZO es significativamente superior al de los del grupo SIN RECHAZO, de manera que podríamos afirmar que las familias en las que surge el rechazo con más probabilidad se encuentran ubicadas preferentemente en niveles medio-bajos pero con una presencia sustancialmente mayor de niveles más elevados que en la población "contenciosa" general. Esta observación es de nuevo matizable cuando separamos a padres y madres y encontramos que en el grupo RECHAZO éstas superan de forma significativa el nivel económico de las madres SIN RECHAZO, lo que no ocurre con los padres. Es interesante observar cómo los datos del grupo SIN RECHAZO reflejan la tendencia general socialmente constatada de que los hombres mantienen un nivel más elevado tras la ruptura, aunque en nuestra muestra las diferencia no son muy elevadas (un 30% de las madres se ubican entre los niveles medio y alto, por un 38% de los padres). En cambio, en el grupo RECHAZO los datos parecen contradecir lo esperado, y nos encontramos con que las mujeres y los hombres mantienen una tendencia diferente (un 54% de las madres se ubican entre los niveles medio y alto, por un 46% de los padres), lo que de nuevo nos lleva a pensar que el aspecto económico no parece relevante en la aparición del rechazo, al menos no únicamente en la dirección que se ha planteado en algunos estudios (Gardner, 1992; Dunne y Hedrick, 1994; Walsh y Bone, 1997; Vestal, 1999) en los que se alude a estos motivos como una de las causas por las que el progenitor "alienante", habitualmente la madre, intenta alejar a sus hijos del otro progenitor. Aparece entonces un nuevo enfoque de la cuestión en el que podríamos pensar que el malestar de algunos padres que no tienen la custodia y no aceptan la resolución económica dictada judicialmente (que incluye el uso del domicilio familiar por la madre y el pago de una pensión de alimentos) afecta a su relación con los hijos que se ve inevitablemente resentida. Así, pueden acusar delante de ellos a la madre de su situación insostenible e incluso, en algunos casos, les presionan en un intento de hacer girar la balanza a su favor. Estas actuaciones provocan el efecto contrario del deseado, una mayor alianza de los hijos con la madre quien a su vez les apoya comprensivamente ante sus dificultades con el padre. Esta situación es fácilmente observable en algunas de las interacciones que definen el rechazo.

En lo que hace referencia a los niveles culturales también hemos encontrado diferencias significativas. Estas nos sugieren la presencia de niveles culturales más elevados en el grupo RECHAZO. Como ocurría con los niveles socioeconómicos, podemos pensar que la población que litiga en los juzgados por cuestiones relacionadas con sus hijos se caracteriza por tener predominantemente un nivel cultural medio o bajo, pero cuando esa disputa incluye el rechazo de los hijos a uno de los progenitores, aparece una mayor proporción de niveles culturales altos (un 28% por un 14% en los casos en que no hay rechazo). Una vez más, cuando tomamos en consideración a madres y padres por separado, encontramos diferencias de género significativas. En este caso, el nivel cultural de las madres del grupo RECHAZO no difiere esencialmente del de las madres SIN RECHAZO. En cambio, los padres del grupo RECHAZO presentan niveles culturales más altos que los del grupo SIN RECHAZO. Estos datos son interesantes en cuanto modulan los obtenidos en los niveles socioeconómicos, de forma que las diferencias allí obtenidas no parecen deberse únicamente al simple efecto de la "crisis económica", inmediata a la ruptura, sino a una estructura cualitativa más estable. Aunque en los dos grupos aparecen personas con los tres niveles, comparativamente, en el grupo RECHAZO hay una mayor presencia de niveles socioeconómicos más altos (especialmente en las madres) y niveles culturales también más altos (especialmente en los padres) que en el grupo SIN RECHAZO.

Progenitores aceptados y progenitores rechazados. Hasta ahora hemos encontrado algunas diferencias entre los dos grupos estudiados que nos permiten identificar ciertas características diferenciales en las familias con rechazo. En algunas de ellas hemos visto como éstas eran matizadas cuando se referían a padres o a madres. Analizamos ahora si dichas diferencias también son válidas cuando hablamos de progenitor aceptado o rechazado, independientemente de cual sea su género.

En nuestra muestra encontramos que fueron rechazados 80 padres y 20 madres. Un 32% de los aceptados y un 50% de los rechazados viven con una nueva pareja. De éstos, más de la mitad (el 52%) conviven además con los hijos anteriores de su nueva pareja mientras que ninguno de los aceptados lo hace, ni siquiera en el caso de los hombres. De hecho, ninguno de los hombres de nuestra muestra que viven con sus hijos (y por lo tanto son aceptados) conviven con una nueva pareja. Encontramos, por tanto, que las mujeres y los hombres aceptados viven preferentemente sin pareja y, cuando la tienen, sin los hijos de ésta. En el caso de las mujeres esto es debido a que sus nuevos compañeros no tienen hijos y si los tienen viven con la madre, y en el caso de los hombres simplemente porque no suelen vivir con pareja cuando conviven con sus hijos. En ambos casos los datos confirman la mayor dificultad de los progenitores (hombres y mujeres) que viven habitualmente con sus hijos para encontrar una nueva pareja, al contrario que los que no viven con sus hijos, quienes, cuando son hombres, incorporan también a los hijos de sus nuevas parejas. Estos dos factores confirman lo que habíamos expresado al diferenciar los padres y madres del grupo RECHAZO y apuntan hacia la hipótesis del doble malestar en hijos y progenitores aceptados, cuando se ven en la necesidad de integrar la nueva vida del progenitor rechazado. Precisamente el rechazo puede surgir ante la imposibilidad de conseguirlo.

Complementariamente encontramos que cuando el progenitor aceptado vive con una nueva pareja en el momento en que aparece el rechazo, lo lleva haciendo durante más tiempo que el progenitor rechazado. Aquí nos encontramos con madres que han consolidado una nueva relación, incluso han tenido nuevos hijos, donde sus hijos anteriores se han integrado de forma inequívoca, pudiendo ocurrir, según los casos, que este nuevo núcleo familiar excluya la figura del progenitor rechazado como alguien que entorpece su idílico proceso de bienestar y/o que éste no acepte dicha situación presionando a los hijos y obteniendo el resultado contrario del pretendido, es decir, su distanciamiento aún mayor. En algunos casos concretos hemos encontrado cómo el rechazo surge, casi de forma matemática, en los momentos posteriores al conocimiento de la existencia de un embarazo en la madre con la que el hijo convive, quien con su actitud puede estar respondiendo, además de lo señalado, a sus propios temores de sentirse desplazado. Esta reacción natural podría ser manejada adecuadamente si no se produjese en el contexto de una "conyugalidad disarmónica" (Linares, 1996) que perdura a pesar del paso del tiempo y de los cambios familiares.

Intensidad del rechazo. Hemos propuesto una Escala de intensidad de rechazo que fue construida previamente a su aplicación en el presente estudio (Bolaños, 2000) agrupando las observaciones clínicas obtenidas a partir de entrevistas con niños afectados por el SAP en diferentes grados de intensidad según las características del rechazo que mostraban. En ella, el entrevistador puntúa la intensidad de 1 a 5, sobre la base de dichas observaciones. Esta escala se ha elaborado con la finalidad de ser únicamente un instrumento de utilidad clínica que facilite el diagnóstico del SAP basándose en las actitudes mostradas por los niños y observadas por un evaluador. La escala es la siguiente:

1.      Rechazo leve. Expresión de algunos signos de desagrado en la relación con el padre/madre. No hay evitación. La relación no se interrumpe.

  1. Expresión de un deseo de no ver al padre/madre. Búsqueda de aspectos paternos/maternos negativos que justifiquen este deseo. El niño continúa la relación porque se siente obligado.
  2. Negación de todo afecto hacia el padre/madre. Evitación de su presencia. Generalización a personas cercanas al padre/madre (abuelos, nueva pareja, etc.).
  3. Rechazo al padre/madre asociado a la aparición de ansiedad intensa en su presencia. Afianzamiento cognitivo del rechazo y de los argumentos que lo sustentan.
  4. Rechazo de características fóbicas. Fuertes mecanismos de evitación. Aparición de sintomatología psicosomática asociada.

Los niños estudiados se reparten homogéneamente entre tres categorías de intensidad que hemos agrupado como LEVE (32%), MODERADO (36%) e INTENSO (32%). Hemos visto que los niños muestran eminentemente un rechazo leve y las niñas un rechazo intenso. No hay diferencias en el rechazo moderado. En los trabajos de R. A. Gardner sobre el Síndrome de Alienación Parental no hemos encontrado referencias a diferencias de género y los escasos trabajos de otros autores en que se incluyen, lo hacen indicando una mayor predisposición de los niños para mostrar el rechazo (Johnston y Campbell, 1988; Buchanan y col., 1991). Al mismo tiempo se ha tendido a identificar a los niños como más proclives a los efectos negativos de la ruptura de sus padres, poniendo el énfasis en que continúan viviendo de forma mayoritaria con el progenitor de sexo contrario (Hetherington, 1972; Santrock y Warshak, 1979; Hodges y Bloom, 1984). Nuestros datos tienden a confirmar que efectivamente los niños tienen más probabilidad de desarrollar actitudes de rechazo, pero cuando lo hacen lo hacen con menor intensidad que las niñas. El hecho de que habitualmente sea el padre quien abandona el hogar, por iniciativa propia o por orden judicial, puede tener que ver con esta mayor predisposición inicial en los niños, pero a la hora de modular una mayor intensidad en las niñas también parece ser relevante la identificación de éstas con los sentimientos maternos.

La edad de los hijos también parece tener importancia. Los niños menores de seis años tienden a mostrar eminentemente rechazo leve (casi en un 90%), mientras que en los mayores de siete el rechazo es más intenso, especialmente en el periodo situado entre los 11 y 14 años. Los diferentes niveles de desarrollo afectivo y la predisposición a verse implicados en conflictos de lealtades en estas edades pueden explicar estas diferencias (Wallerstein y col., 1980).

No se hemos encontrado diferencias en la intensidad de rechazo hacia padres y madres. Se ha de tener en cuenta el escaso número de madres rechazadas con que hemos trabajado y aunque los datos (y la clínica) apuntan hacia niveles más intensos de rechazo a éstas, dicha tendencia debería ser estudiada con una muestra más amplia.

La influencia del tipo de convivencia de los progenitores en la intensidad ha quedado débil pero interesantemente constatada. Unicamente encontramos que cuando los progenitores aceptados viven en pareja, el rechazo tiende a ser más intenso que cuando viven solos o con la familia de origen. Esto posiblemente incide en que el rechazo no es simplemente una falta de aceptación hacia la nueva convivencia en pareja del progenitor rechazado (lo que no parece influir en la intensidad), sino que también viene mediatizado por la convivencia en pareja del progenitor aceptado y los posibles deseos de formar una "nueva familia" en la que el otro no tiene cabida. Todo ello nos hace pensar que, en la génesis del conflicto, juega un papel decisivo la aparición de una nueva pareja en el padre rechazado, pero en la modulación de la intensidad tiene más relevancia la existencia de una nueva pareja del padre aceptado.

Rechazo primario y rechazo secundario. En el 52% de los casos encontramos un rechazo, al que hemos llamado primario, surgido de forma inmediata o en los primeros meses posteriores a la ruptura, y en el otro 48% hemos encontrado el rechazo que denominamos secundario, aparecido después del primer año.

El rechazo primario es reactivo a la ruptura y aparece sobre todo en casos en que ésta se ha llevado a cabo de forma inesperada. Así, las causas de infidelidad conyugal son las más habituales (en un 34,6% de los casos). El rechazo secundario, en cambio surge tras separaciones más lentamente gestadas, en las que predomina la falta de afecto como causa alegada (en un 54,2% de los casos). En contra de lo que cabría esperar, el abandono del hogar no aparece más ligado a las primeras, tal vez porque a esta causa se alude en muchas ocasiones cuando la crisis ya es clara e insostenible, y aunque uno de los progenitores efectivamente sale del hogar, su marcha no coge por sorpresa a nadie.

El rechazo a los padres es preferentemente secundario (en un 55% de los casos) y a las madres especialmente primario (en un 80% de los casos). Parece que los hijos y el padre soportan peor que sea la madre la que se va y ello incide en esta prevalencia del rechazo primario. El trabajo realizado con estos casos también nos demuestra cómo resulta más difícilmente digerible para los que se quedan que sea la madre quien se va. A ello contribuyen seguramente no solo factores sociales.

El rechazo primario afecta con mayor probabilidad a niños que tienen edades más altas en el momento de la separación y el secundario a los más pequeños en ese momento. El 90% de los hijos de nuestro estudio mayores de 15 años desarrollaron un rechazo primario y el 64% de los menores de 6 lo hicieron de forma secundaria. Pero también los pequeños muestran un rechazo primario. Este suele ser leve, no afianzado cognitivamente y tiende a surgir como una respuesta de negación ante la ruptura y el sentimiento de abandono por parte del progenitor que se va.

De nuevo el tipo de convivencia actual de ambos progenitores tiene alguna relación con el tipo de rechazo. Así, en los casos con rechazo primario el progenitor aceptado aún vive sin pareja en casi un 84,6% de los casos, mientras que en el secundario un 50% ya viven en pareja. Por su parte, el progenitor rechazado vive también solo en el rechazo primario (en un 73% de los casos), pero en el secundario vive preferentemente en pareja (75%). Parece, por tanto, que el rechazo primario no está tan asociado a la existencia de una nueva pareja en cualquiera de los dos progenitores como el secundario. En el primero cobran entonces más fuerza los factores anteriormente señalados, como son la forma en que se lleva a cabo la ruptura y las dificultades de adaptación de los hijos a la misma en función de su edad.

La dinámina relacional del rechazo. Los datos obtenidos y, sobre todo, las observaciones clínicas durante la intervención con estas familias nos ayudan a entender el rechazo como la expresión de una dinámica familiar en la que todos sus miembros son "responsables interaccionales" (Perrone y Nannini, 2000). Cuando el rechazo surge, ambos progenitores pueden culparse mutuamente de lo que ocurre. Acusaciones en el juzgado de manipulaciones y de ineficacia en el trato con el hijo no son suficientes, por sí mismas, para entender los motivos, aunque son utilizadas en el proceso legal en un intento por responsabilizar al otro. En un primer momento, por tanto, no se trata de una negación de la figura parental correspondiente, sino más bien de una negación relacional. Posiblemente el niño rechaza a su padre o a su madre por que los quiere, no por lo contrario. Pero esta actitud, basada inicialmente en aspectos emocionales derivados de sus propias vivencias de pérdida, corre el riesgo de sustentarse cognitivamente de una forma más racional, ante las continuas exigencias externas que le hacen tener que justificar y argumentar su postura.

De esta forma, la actitud del niño puede verse incrementada al ser presionado para participar en actos legales derivados del conflicto de separación, pasando a formar parte de la propia disputa, en la medida en que sus sentimientos son utilizados como argumentos. Los padres pueden tomar al pie de la letra la negativa expresada y utilizarla para descalificarse mutuamente, e incluso, como hemos visto, pueden decidir llevar a su hijo delante del juez para que éste también pueda escucharla y valorar si es la influencia de uno o, por el contrario, la ineficacia del otro lo que motiva dicha actitud.

La convivencia con el progenitor aceptado constituye una inevitable fuente de influencias mutuas. Aunque no es necesaria una voluntad consciente para que sus sentimientos se traspasen al niño y se adhieran a los suyos propios, la realidad es que este proceso ocurre, y la actitud de rechazo se ve intensificada por este motivo. Al mismo tiempo, la actitud beligerante del otro progenitor, el rechazado, exigiendo apoyo legal para relacionarse con su hijo o el empleo de estrategias de acercamiento que incomodan al niño y al progenitor con el que convive, tienden a mantener y fomentar la expresión de la negativa. Todo ello da pie a procedimientos legales de ejecución de sentencia, en los que el juez se ve implicado en la resolución de un problema cuya esencia poco tiene que ver con la doctrina de las leyes. Si la actitud judicial es dura, será descalificada por un progenitor, y si es blanda, por el otro. Así, una respuesta judicial que presione al padre custodio o que obligue al menor, puede agudizar el rechazo. Los dos verán justificada su actitud ante las iniciativas legales "agresivas" que ha promovido el padre rechazado. Por el contrario, una actitud judicial pasiva seguramente incrementará las acusaciones de éste, quien además descalificará a la Justicia por su falta de contundencia. El problema tiende a cronificarse porque nadie está dispuesto a modificar su posición.

Estas situaciones pueden convertirse en auténticos casos de explotación emocional (Bolaños, 1998) en las que las repercusiones para el niño no suelen ser convenientemente valoradas. Si bien el rechazo reactivo a la doble presión parental constituye una cierta estrategia de supervivencia cuyos efectos inmediatos son de un aparente mayor bienestar, la pérdida de una figura paterna asociada a vivencias tan conflictivas, genera efectos negativos en el desarrollo posterior del niño (Hetherington, 1972). Este ha adquirido un falso poder para controlar las relaciones y, al mismo tiempo, participa de una relación simbiótica con el progenitor aceptado, con quien comparte sentimientos que no le son propios. Los nuevos procesos de identificación pueden ser inadecuados, eligiendo a otras figuras (nuevas parejas, abuelos) que implícita o explícitamente apoyan su postura. Este aprendizaje repercute inevitablemente en las competencias sociales del niño y en sus propios mecanismos de autoestima.

Conclusiones. El Síndrome de Alienación Parental (SAP) propuesto por Gardner (1985) y los síntomas primarios descritos por este autor son reconocibles en nuestra población de parejas que se separan o divorcian de forma contenciosa. El SAP es un síndrome familiar en el que cada uno de sus protagonistas tiene una responsabilidad interaccional tanto en su construcción como en su modificación.

El síntoma esencial del SAP es la aparición de signos de rechazo más o menos intensos de los hijos hacia uno de sus progenitores tras una ruptura conyugal conflictiva.

Cuando el SAP entra en contacto con el sistema legal se convierte en un síndrome jurídico-familiar en el que los abogados y los jueces adquieren responsabilidad en su continuidad. Las disputas judiciales relacionadas con el SAP son tramitados de una forma habitual en procedimientos de separación contenciosa y de ejecución de sentencia. La causa legal más aludida en las demandas de separación es la falta de afecto, en detrimento de otras más graves como infidelidades, trastornos mentales o malos tratos. La controversia se centra fundamentalmente en la custodia de los hijos y el régimen de visitas. No existe una relación directa entre disputa económica y aparición del rechazo.

El SAP afecta por igual a niñas y a niños. Su edad es superior al promedio de edad de los niños y niñas no afectados por el SAP y cuyos progenitores también litigan en el juzgado. Tienen mayoritariamente entre 7 y 14 años, pero predominando el intervalo de edad de 11 a 14 años. La probabilidad de ser afectados por el SAP aumenta con la edad. A partir de los 15 años disminuye. Por debajo de los 6 es mínima.

Las madres y padres inmersos en el SAP tienen una mayor tasa de convivencia con una nueva pareja que la población general que litiga en los juzgados en procesos de separación y divorcio. Cuando surge el rechazo hay una mayor proporción de padres que de madres conviviendo con una nueva pareja. El 80% de las madres y el 20% de los padres viven con sus hijos.

Los padres y madres inmersos en el SAP están ubicados preferentemente en niveles socioeconómicos y culturales medios y medios-bajos, aunque más elevados que los que no están inmersos en el SAP. A diferencia de estos, las madres mantienen en general niveles más elevados que los padres, mientras que los padres se caracterizan por haber adquirido un nivel cultural más elevado que las madres.

A diferencia de las primeras descripciones del síndrome, ofrecidas principalmente por R. A. Gardner, podemos identificar a los protagonistas del SAP como progenitor aceptado y progenitor rechazado, en sustitución de los términos progenitor alienante y progenitor alienado, que pueden implicar una comprensión culpabilizadora y protectora respectivamente y que, a nuestro entender, no facilitan el cambio. Los progenitores aceptados son mayoritariamente madres y los rechazados padres.

Es posible detectar diferentes niveles de intensidad en el rechazo que muestran los niños y niñas afectados por el SAP. Así, podemos hablar de rechazo leve, moderado e intenso.

El rechazo leve se caracteriza por la expresión de algunos signos de desagrado en la relación con el padre o la madre. No hay evitación y la relación no se interrumpe.

El rechazo moderado se caracteriza por la expresión de un deseo de no ver al padre o a la madre acompañado de una búsqueda de aspectos negativos del progenitor rechazado que justifiquen su deseo. Niega todo afecto hacia él y evita su presencia. El rechazo se generaliza a su entorno familiar y social. La relación se mantiene por obligación o se interrumpe.

El rechazo intenso supone un afianzamiento cognitivo de los argumentos que lo sustentan. El niño se los cree y muestra ansiedad intensa en presencia del progenitor rechazado. El rechazo adquiere características fóbicas con fuertes mecanismos de evitación. Puede aparecer sintomatología psicosomática asociada.

El rechazo puede aparecer inmediatamente después de la ruptura o en periodos posteriores que pueden alcanzar varios años después, generalmente asociados a momentos concretos del nuevo ciclo evolutivo familiar. Podemos, por tanto, identificar dos tipos de rechazo en función del momento en que aparecen, uno primario y otro secundario.

El rechazo primario es reactivo a la ruptura y aparece sobre todo en casos en que ésta se ha llevado a cabo de forma inesperada. El rechazo secundario surge tras separaciones más lentamente gestadas.

Las niñas muestran mayor intensidad de rechazo que los niños. La intensidad del rechazo aumenta con la edad. El rechazo primario afecta con mayor probabilidad a niños y niñas que tienen edades más altas en el momento de la separación y el secundario afectará a los más pequeños en ese momento.

El rechazo secundario tiene más componentes cognitivos, el primario es más emocional.

Los niveles socioeconómicos y culturales de los progenitores aceptados y rechazados son similares.

El SAP aparece con más frecuencia en situaciones familiares en las que los progenitores rechazados conviven con una nueva pareja y los aceptados solos con sus hijos. Cuando los progenitores rechazados son hombres, además conviven en un número elevado de casos con los hijos anteriores de su nueva compañera. Cuando el progenitor aceptado vive en pareja, la duración media de esa convivencia suele ser mayor que la de los progenitores rechazados, y el rechazo tiende a ser más intenso que cuando vive solo o con la familia de origen.

Las madres rechazadas lo son primariamente, los padres más secundariamente. El rechazo primario en las madres viene casi siempre asociado a la ruptura de la pareja por el inicio de una nueva relación con otro hombre. Los niños (y los padres) aceptan peor que la madre rompa la relación por este motivo que, al contrario, cuando es el padre quien lo hace.

El rechazo primario en los padres no está tan asociado a la convivencia con una nueva pareja en cualquiera de los progenitores como el secundario, aunque el primario puede estar vinculado a la sospecha de esa relación o a su existencia, pero sin convivencia.

Por tanto, podríamos hablar de una situación general en que el progenitor aceptado vive solo o con su familia, y los niños, mientras que el rechazado lo hace en pareja, con los hijos de ésta. Pero el rechazo es más intenso y secundario cuando el progenitor aceptado vive en pareja que cuando lo hace el rechazado

Dinámica relacional del rechazo primario. Aparece en los momentos inmediatos a la separación. Es propio de rupturas bruscas e impulsivas, en las que se dan los siguientes factores:

·         El progenitor rechazado (habitualmente el padre) abandona el hogar de forma inesperada o tras haber iniciado una relación afectiva extramatrimonial.

·         Los hijos no reciben una explicación conjunta por parte de sus progenitores acerca de lo que está ocurriendo.

·         Descubren que el progenitor rechazado se ha ido, a través del progenitor aceptado (habitualmente la madre), quien no puede ocultar los sentimientos que ello le produce.

·         El progenitor rechazado intenta que sus hijos se adapten de forma inmediata a su nueva realidad.

·         Los hijos presentan resistencias para ello, pues su deseo es contrario a la ruptura.

·         El progenitor rechazado culpabiliza al progenitor aceptado porque los niños no quieren verle y le exhorta para que los obligue.

·         El progenitor aceptado se siente identificado con sus hijos. No puede obligarles.

·         El progenitor rechazado pone la cuestión en manos del juzgado y pide al juez que se obligue al progenitor aceptado para que pueda ver a sus hijos.

·         Hay descalificaciones durante el proceso legal, que acrecientan las dificultades emocionales.

·         Los hijos pueden ser llamados al juzgado para expresar los motivos por los que no quieren ver al progenitor aceptado.

·         A medida que se ven obligados una y otra vez a negar la figura del progenitor rechazado van encontrando argumentos cognitivos que justifiquen su actitud.

·         El rechazo se generaliza a otros familiares del progenitor rechazado: abuelos, tíos, primos.

·         Las familias de origen compiten entre sí. Una protege al progenitor aceptado y a los hijos, descalificando la actitud del progenitor rechazado. La otra exige una relación con los hijos e intenta apoyar al progenitor rechazado para conseguirla.

·         El rechazo tiende a cronificarse.

Dinámica relacional del rechazo secundario. Tras la ruptura, los hijos mantienen relación con el progenitor rechazado hasta que un día deciden romperla.

·         Existe un conflicto larvado entre los progenitores, que surge cuando deben negociar algún aspecto nuevo relacionado con sus hijos: un cambio de colegio, unas pautas educativas, un cambio en el régimen de visitas, una modificación de la pensión, etc.

·         Los hijos sienten las continuas descalificaciones mutuas que sus progenitores se hacen a través suyo. Al mismo tiempo "juegan" a darles informaciones contradictorias que generan mayor enfrentamiento entre ellos.

·         Ambos progenitores describen cómo sus hijos deben "cambiar el chip" después de estar con el otro.

·         Las visitas se convierten en algo tensional. El rendimiento escolar puede verse afectado. Pueden aparecer síntomas psicosomáticos.

·         Los hijos deciden no volver a ver al progenitor rechazado bajo cualquier excusa: forma de cuidarles, desatención, malos tratos.

·         Encuentran apoyo y comprensión en el progenitor aceptado.

·         Cualquiera de los dos decide llevar el asunto al juzgado, pidiendo que los hijos hablen con el juez.

·         El rechazo tiende a cronificarse.

·         El rechazo secundario suele aparecer asociado a eventos del nuevo ciclo vital de la familia: nacimiento de nuevos hermanos, inicio de nuevas parejas.

·         También puede aparecer consecutivamente a un cambio de guarda y custodia. Generalmente en preadolescentes que piden irse a vivir con su padre, quien apoya su actitud y a veces la promueve. La madre se opone y presiona a los hijos en sentido contrario. Estos necesitan justificar su decisión y buscan aspectos negativos en la figura materna. Si al final lo consiguen, pueden sentir que han traicionado a su madre, pero no aceptarlo cuando su madre se lo transmite. La relación maternofilial se interrumpe.

La mediación familiar terapéutica puede ser un método eficaz para abordar el SAP cuando el rechazo es leve o moderado. Cuando el rechazo es intenso podría ser necesaria la utilización de terapias coactivas. La mediación familiar en el SAP difícilmente funciona sin la participación del sistema legal (abogados y jueces) y el SAP tiende a cronificarse cuando recibe únicamente un abordaje jurídico, por lo que la colaboración entre ambos sistemas se hace imprescindible para la consecución de resultados satisfactorios para todas las partes implicadas.

 

 

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