APADESHI Asociación de padres Alejados de sus hijos

SÍNDROME DE ALIENACIÓN PARENTAL

EL SAP Y EL PROCESO DE LA PADRECTOMÍA


Prof. Nelson Zicavo Martínez
Universidad del Bío Bío
Chile
nzicavo@ubiobio.cl

Las consecuencias que para el padre acarrea el proceso de divorcio no han sido tratadas con equidad en los estudios realizados sobre este tema. Sin embargo la experiencia, fundamentalmente clínica, recoge los efectos devastadores que para el padre tiene el divorcio por estar asociado a él la pérdida de los hijos; la ruptura del vínculo relacional, la interrupción de una paternidad construida desde el compromiso y la pérdida de espacios generadores de experiencias gratificantes con los hijos.

De esto han sido testigos psicólogos y especialistas afines, lo que ha provocado que, aunque relativamente reciente, pero con fuerza cada vez mayor, grupos de estudiosos aborden este fenómeno tratando de esclarecer sus causas, condicionantes, manifestaciones y vías para su profilaxis y tratamiento.

Aunque enfocado desde distintos ángulos y sin un cuerpo teórico acabado, existe consenso en denominar este fenómeno como Padrectomía, por lo que constituye nuestro propósito acercarnos aún más a su estudio como vía de comprender las vivencias del padre en el proceso post-divorcio.

El proceso post-divorcio o post-separación trae consigo, a nivel real y vivencial, un rompimiento impuesto de la descendencia con la figura paterna. Es decir, que de forma inevitable, en el mejor de los casos ocurre un nivel de pérdida o alejamiento del padre, con su correspondiente costo afectivo. La cuantía de la pérdida, las consecuencias y la distancia que se establece desde ahora entre el padre y los hijos, dependen en primer lugar de la calidad de la relación matrimonial anterior que ha sido desarticulada.

Por diversas razones que ya he mencionado, es al padre a quien corresponde decir adiós, o hasta luego, pero finalmente despedirse, lo cual en muchas ocasiones va acompañado de añoranza y gran sentimiento de dolor, pues se trata de separarse precisamente de lo que más se quiere.

Cuando prevalece la falta de consenso o desarmonía en el manejo del proceso post-divorcio el alejamiento del padre se convierte en extirpación de los espacios que le pertenecían antes, lo cual suele ser más frecuente de lo que creemos.

El obligado cambio en el rol paterno deviene en disfunción y el dolor se torna en angustia y desesperación. Se produce la extirpación de la figura paterna, la extirpación del rol, bajo la creencia naturalizada (por el devenir social de lo recurrente) que los hijos son propiedad privada de un miembro familiar, la madre.
Lo curioso de esta extirpación es que durante la existencia de los lazos conyugales, la presencia paterna se concebía como necesaria e imprescindible e incluso reclamada por la mujer para la formación y desarrollo adecuado de los hijos/as; pero basta que el desacuerdo y la hostilidad se hagan presentes para que los/as hijos/as que eran de dos se transformen en pertenencia maternal indiscutible.

La Padrectomía es observable cuando (impuesta o autoimpuesta) la pérdida de la figura paterna se acerca a niveles extremos; imposición que puede venir desde afuera o desde el propio padre.

Es así, que integrando nuestra experiencia clínica profesional y la definición dada por R. Fay, llamaremos Padrectomía al alejamiento forzado del padre, cese y/o extirpación del rol paterno y la pérdida parcial o total de los derechos paternales ante los hijos, lo cual conduce a una vivencia de pérdida con fuerte impacto negativo para la estabilidad emocional del hombre, sea éste progenitor o no.

Este fenómeno se expresa a nivel sociocultural, a nivel legal, a nivel familiar y a nivel maternal, espacios donde se encuentra la explicación de que, aunque injusta, la Padrectomía sea un hecho real cotidiano.


NIVEL SOCIOCULTURAL

En el ámbito de la cultura patriarcal se enarbola un modelo de paternidad de autoridad y disciplina avalada por ser el padre el proveedor familiar casi exclusivo o, al menos, el más importante; distante afectivamente y portador de un status de poder público con connotaciones de omnipotencia.

El esgrimido a nivel particular es un rol asignado desde lo sociocultural ya que ser padre implica asumir un papel que ha sido construido por una cultura que lo ubicó en determinada posición de poder. Para cumplir adecuadamente ese rol el niño se prepara desde pequeño (Arés, 1995; Olavarría, 2001).

Existen poderosos instrumentos de reproducción constante de los asignados socioculturales, siendo algunos de ellos los medios de difusión masiva encargados de generar y propagar como verdaderos "virus" algunos poderosos apuntadores de la cultura patriarcal donde el "ser hombre" es análogo a ser distante, esquivo, torpe en los cuidados y atenciones a los hijos, rudo, inconmovible, etc.; así como las políticas sociales y disposiciones desde lo legal contribuyen a crear un perfil monolítico e inamovible de la paternidad, a la vez que reduce la masculinidad a funciones estereotipadas y limitantes del desarrollo personal.

Por otra parte, como invalidante incuestionable para aquel que osa apartarse de la norma social, se esgrime el condicionamiento genérico de su condición masculina, o sea, hombre es sólo el que se comporta como lo dicta lo sociocultural imperante en un país (o lugar) y en una época determinada (no es lo mismo ser un padre en Estocolmo, en La Habana, en un núcleo tribal en la Amazonia, o en Chillán, Chile).

Es así, que esta asignación del rol en cuanto al ejercicio de la paternidad en la sociedad actual deja al hombre extirpado, cercenado de una paternidad cercana, empática y nutriente, privado del disfrute de sus hijos, ubicándolo en un "status periférico" y excluyéndolo de la enriquecedora función de educación y crianza de sus hijos (Arés, 1996).

Esta privación paterna por extirpación social a priori, esta Padrectomía, es tan nociva para los hijos como la privación materna, aunque sus efectos sean diferentes.

Es nociva en tres direcciones:

" En tanto que el hijo sufrirá la deprivación paterna y el dolor de la distancia de un ser significativo que necesita cercano.

" En tanto que el padre ve cercenados sus derechos funcionales lo cual le causa dolor, culpas y resentimientos.

" En tanto que la madre se verá sensiblemente afectada con una sobrecarga de tareas y funciones al verse obligada (o por elección personal) a suplir las ausencias paternales desde su condición materna.


Tal vez, si la sensibilidad social se abriera a una concepción más contemporánea del divorcio o la separación, entonces comenzaríamos a dar a luz un proceso mediado que facilite la comunicación padre -hijo/a- madre (en sus múltiples interrelaciones) y que genere espacios de desarrollo maternal, sin que se vea obligada a quedarse como dueña de casa so pena de ser señalada socialmente como mala madre.

NIVEL LEGAL

Desde lo legal se implementa el cumplimiento de la norma social. Las leyes norman las libertades y los límites de movimiento conceptual y práctico de los deberes y derechos que se trate, pero siempre atendiendo a una correspondencia estrecha con lo sociocultural asignado.

Así los códigos y las leyes describen qué es ser hombre y ser padre a partir de un modelo de patriarcado. El patriarca proveedor es representado ahora como el jefe de la familia. Se institucionaliza legalmente la distancia afectiva y el papel del poder arcaico como protector y autoridad indiscutible.

Más aún, en este ámbito el mito del instinto maternal y la reducción de lo femenino a lo maternal conduce al supuesto -pocas veces cuestionado- de que imprescindible para la crianza de los niños sólo es la madre. Argumento que en nada beneficia al mundo femenino, pues tras la atractiva caricatura del poder real sobre los/as hijos/as se encuentra la prisión de un destino que no se elige sino que es impuesto por mecanismos sociales de naturalización y presión.

El proceso de la Padrectomía se ve agravado si el causante de la ruptura ha sido el hombre. De todas maneras e independientemente de esto la norma recurrente asumida como "natural" es que la madre consiga la tenencia de la descendencia y al padre se le conceda la "visita" en la amplia mayoría de los casos que llegan a los tribunales de países como Chile, Uruguay, Argentina, Brasil y Cuba (Ferrari, 1999; Ares, 1995).

Es interesante ver como, en la mayoría de los casos, la Sra. Juez de los juzgados de la familia establece un régimen de encuentros limitados para el padre, sin que existan razones que lo justifiquen.

Así mismo y como tendencia las madres muestran conformidad con la decisión legal de limitar los encuentros con los padres, e incluso agregan obstáculos al contacto físico, aún cuando el padre tenga condiciones y deseos de establecer una relación más sistemática y cercana con el hijo o hija; sería interesante estudiar este fenómeno maternal más a fondo.

Como el régimen de relación padre-hijo se establece, en la mayoría de los casos, a través de visitas, esto trae como consecuencia una limitación de la participación paterna en la educación del niño, sin que de manera expresa sea una preocupación de la madre, aunque sí aparece con frecuencia como preocupación en los padres.

De esta manera la guarda y/o custodia del niño pasa a ser atribuida a la madre como si fuera un premio. Como instrumento de reparación de los daños causados por su pareja. En cuanto al cónyuge culpado -responsable o no de la ruptura del matrimonio- queda automáticamente inhabilitado para el ejercicio de la guarda y nadie duda de esta flagrante violación a los derechos paternales que también son humanos.

En el caso cubano, mayoritariamente, las que toman la decisión de divorciarse son las mujeres aunque culpan a los hombres como últimos responsables del fracaso (Arés, 1997).

Por su parte tanto en Chile como en Uruguay también la mujer es la que mayoritariamente toma la iniciativa del distanciamiento, tal vez porque sabe que deberá separarse sólo de una persona, mientras que el hombre cubano, el chileno y el uruguayo deberá separarse a lo menos de dos y en oportunidades hasta de tres y cuatro personas, lo cual cuesta elaborar muchísimo y les lleva años una decisión que no toman porque, por un lado, los costos suelen ser menores si se quedan, y por otro, se marcha al paso del legado sociocultural impuesto sigilosamente por el devenir histórico-social.

En los países mencionados a pesar de que la ley vela por la igualdad de derechos y deberes de la unión conyugal, existe la tendencia legal ya instituida como un "saber" desde lo "natural", de otorgar la guarda y custodia a la madre como portadora indiscutible de las cualidades y capacidades para la crianza, educación y afecto para sus hijos.

Es algo, que rara vez se somete a cuestionamientos profundos y que además forma parte del imaginario social preponderante.

Cabría preguntarse:
¿Lo que siempre se ha hecho así, es sano que se siga haciendo de tal manera?, ¿Es acaso lo mejor para las partes implicadas y para la descendencia?
¿La realidad observada nos dice que es la mejor decisión adoptada?
¿Si no es así, porqué no se marcha al cambio basado en la equidad?

Se observa entonces que las reglas preconcebidas en el plano legal generan derechos absolutamente divorciados de los aspectos fundamentales para la elección de la guarda y custodia ideal (o tal vez la menos nociva) donde sean analizadas y observadas las condiciones individuales de cada uno de los padres a modo de otorgar la guarda al que posea mayor capacidad de proporcionar al hijo un desarrollo saludable en todos los sentidos.

Incluso podríamos atender a la posibilidad de que ambos padres puedan compartir equilibradamente la funcionalidad de la anterior unión en la nueva situación post-divorcio.

Otra alternativa a tener en cuenta, pudiera ser asignarle a varios especialistas la tarea de diseñar instrumentos que permitan evaluar concienzudamente cuál de los dos padres responde mejor a los intereses y características del niño para su mejor ubicación (Jameson y cols. 1997), sin embargo esta suele ser una tarea muy compleja, me pregunto, ¿desde qué postulados filosóficos se posesionará el evaluador y de qué manera afectará esto a los evaluados?...

Desde lo legal, el padre vivencia la exclusión familiar a la que se ve sometido cuando ve cercenados sus derechos funcionales casi totalmente, pues en el mejor de los casos el ejercicio de la paternidad se ve ostensiblemente reducido a un sistema de visitas quincenales o a una pensión alimenticia a los hijos lo cual constituye a lo menos un desestímulo al interés paterno por la persona del niño/a, trayendo como resultado el abandono físico y afectivo del menor.

De esta manera se verán drásticamente reducidas las posibilidades de contribuir a la educación, hábitos y costumbres de los hijos e hijas, ganando terreno la desmotivación y el desestímulo. Esto trae consigo sentimientos de pérdida de prestigio, minusvalía y desimplicación afectiva al verse impedido de la participación, o generando en él una presencia intermitente que a menudo lo desorienta y confunde (tanto como a su propio hijo) sobre el quehacer educativo (Gilberti y cols., 1985).

Para muchos padres separarse de un hijo es un proceso muy doloroso, incluso, en algunos casos prefieren aislarse de ellos para no reiterar el sufrimiento. "En varios casos el quiebre de la pareja y la separación, distanció al padre de éstos (los hijos). Había una lejanía que dificultaba el contacto cotidiano. En general para varios varones separados la separación con los hijos fue sentida dolorosamente. Aunque reconocían que la vida del hijo era posible sin él, sentían que éste se les escapaba; comenzaba de alguna manera, a sentir extraño al hijo y percibir que el sentimiento era recíproco. Esta situación llevó a algunos a evitar el contacto" (Olavaria, 2001)

Para el hijo también es un cambio muy importante, porque cuando el padre se va del hogar, el hijo continúa el sentimiento de amor hacia él, e incluso puede existir una buena relación entre ellos si la nueva pareja de la madre no se lo impide y le permite sin obstáculos verse constantemente. "Por regla general los hijos luego del divorcio continúan amando de igual manera a sus padres a pesar de la separación y del paso de los años, pero, que en los casos de divorcio destructivo, el padre que ejercía la tenencia manipulaba en forma consciente o inconsciente al niño para causar el rechazo y obstruir la relación" (Olavarría y Márquez, 2004)

Una relación normal y deseable entre padres e hijos no debe ser concebida de forma tradicional y predominante consistente en que es la madre quien convive diariamente con el hijo, transmitiéndole sus valores, ideas, patrones, hábitos de vida modeladores de su carácter y de su personalidad, y el padre quien se circunscribe a desempeñar el limitante rol de "padre de fin de semana".

La existencia de un padre intermitente conduce, como tendencia, a la inadecuación en el proceso de aprendizaje social del niño/a y a serias carencias constructivas en el proceso de la formación de su personalidad.

 


NIVEL FAMILIAR

La familia, como institución, es una unidad micro-social que se encuentra constituida por un grupo de personas unidas por vínculos consanguíneos, afectivos y/o cohabitacionales; núcleo que constituye una categoría histórica pues su existencia y devenir dependen del modo de producción y las relaciones sociales imperantes (Arés, 1995).

El grupo familiar (como institución social con un carácter socio-histórico-cultural), reproduce y recrea las normas macrosociales que rigen la época en atención al lugar y la clase social de que se trate, en el seno del núcleo y para cada uno de sus integrantes.

Se trata entonces de un grupo de personas que se encuentra en constante interacción dialéctica con lo general, con lo social. Como señala Ferro (1991), todo proceso de enculturación es un proceso de adquisición de normas. La familia como primer lugar de transmisión de la cultura transmite aquellas normas de la sociedad en la que se construye.

De esta manera la familia se ha encargado de llevar a la práctica los postulados patriarcales más generales enarbolados socialmente, con recreaciones que van desde lo más o menos audaz hasta lo más retrógrado, son modelos que se legan de padres a hijos y de estos a nietos.

En el ejercicio clínico profesional he escuchado afirmaciones tales como: "mi padre siempre fue un hombre de trabajo, eso me enseñó y por eso soy un hombre de bien", "lo respetábamos mucho, debíamos hacer lo que él decía, de lo contrario tendríamos que vérnosla con su cinturón", "no permitía que lo contradijéramos, en aquel momento no me gustaba esa autoridad, pero aquello me formó en esa disciplina necesaria para la vida como formará a mis hijos", "mi madre me amenazaba diciendo: ya verás cuando venga tu padre, él te va a arreglar", "mi mamá luchó mucho con la casa y con nosotros pero me hizo una mujer de la casa y a mi hermano un gran trabajador".

De esta manera se naturaliza la segregación, la discriminación paternal, se va extirpando al padre desde lo asignado, de modo que ese hombre que se ve obligado a convertirse en proveedor de la sobrevivencia material de la familia, perdiendo paulatinamente el espacio para la expresión de sus emociones.

Resulta necesario un paréntesis para hacer algunas precisiones. Las pérdidas, elaboradas o no, a las que debe enfrentarse el hombre en el proceso de admisión de su separación y la disolución de su paternidad, son el motivo de ser de este libro; sin embargo no puede olvidarse que paralelamente la mujer, consciente o inconscientemente, queda también en una posición desventajosa frente al divorcio o separación (lo haya propiciado o no), a través de normas socioculturales e incluso legales. Muchas veces ellas se ven sometidas a tener que cargar un peso doble, al intentar acercar figuras afectivas importantes para ella pero desconocidas para la familia (hijos y nueva pareja).

Este proceso puede consolidarse en segundas nupcias positivas o transformarse en motivo de desconsuelo y autorreproche, porque según manifiesta el conocimiento popular "¿quién va a querer cargar con una mujer con varios hijos/as que no son de él?" o ¿quién los/as va a querer mejor que su propio padre?

Tales estereotipias que suelen dejar huellas profundas en la individualidad de cada persona o al menos establecen una duda constante generadora de ansiedad e inseguridad. Estereotipias que suelen victimizar a la madre y conducirla, en ocasiones a la aceptación de su eterna desdicha o a relaciones irresponsables.

Por otra parte, los cambios suponen riesgos inevitables, que en su tránsito han representado costos para la solidez y estabilidad de la familia. La libertad no es un permiso para la irresponsabilidad, y una vez que se conquistan derechos sociales, también hay que aprender a usarlos responsablemente.

 


NIVEL MATERNAL

Desde lo maternal comprendemos que la Padrectomía es un proceso que se gesta en la etapa matrimonial, por la reproducción de lo asignado socialmente en el seno de la familia y la pareja como estereotipos rectores de lo cotidiano en su desarrollo evolutivo; y tiene su expresión terminada con la ausencia de disposición, equilibrio, control y equidad al concebir el estilo de relaciones que regirán en la nueva situación, o sea desde lo relacional.

Teniendo en cuenta la reproducción de los estereotipos patriarcales preconcebidos y depositados en la mujer (y en todos los miembros de la sociedad), ésta encuentra su identidad y realización femenina a través de la identificación reductiva entre "cónyuge", "madre" y "mujer", acaparando en su reafirmación genérica los cuidados, afectos, educación, protección de los "otros" sobre todo de sus hijos, pero también de su esposo, sobrinos, etc., lo cual asume, no como construcción histórica con el sello de una época determinada, "mamaizando" todas sus relaciones con el medio, sino como algo "natural" lo que le es inherente "biológicamente", y por lo tanto de lo cual "no puede -aunque quiera- escapar".

Hacer que lo cultural aparezca como algo natural y biológicamente determinado parece responder más a la ideología de determinadas estructuras sociales para las cuales este proceso resulta necesario para el mantenimiento de mecanismos de poder. Resulta innegable que la definición de la cultura es social.

Los padres marcan normas que les han sido impuestas por sus propios padres y la sociedad circundante; las cuales se constituyen en estructura psíquica asumida, directamente relacionada con las pautas sociales y que además tienen garantizadas su repetición. Estas normas se asumen con tal credibilidad que parecerían estar incorporadas a nuestro código genético, de esta manera se toman procesos sociales siendo elaborados y depositados rígidamente como si fueran naturales, normas sociales que por su implantación etnocéntrica son tomadas como congénitas.

Incluso con los nuevos vientos de algunas licencias "igualitarias" entre la Mujer y el Hombre desde la segunda mitad del siglo XX a la fecha, las dependencias de aquellas cadenas, lejos de debilitarse, se multiplicaron, ya que junto a lanzarse en aras de la igualdad al trabajo público remunerado, la mujer debió continuar cargando con las funciones de antes que no han sido redistribuidas, o acaso se han concebido como "ayudas" circunstanciales basadas en una injusta división "sexual" del trabajo doméstico y del status del poder público.

Desde esta dimensión, los espacios expuestos o permitidos a las labores domésticas son restringidos o limitados pues "no es una labor propia de hombres" lo que en la mayoría de los casos se encargan de transmitir las propias y sojuzgadas mujeres a sus hijas estableciendo un mecanismo seguro de transmisión patriarcal a pequeña escala.

A los hombres que se adentran en los predios de la cocina y en lo que allí las mujeres conversan, a nivel popular en Cuba, peyorativamente se les suele llamar por las mujeres "cazueleros" lo que se acompaña de risas y una inmediata expulsión de ese espacio, o al menos generan tal presión psicológica que intimidan para futuros intentos (acción apoyada por los hombres).

Por cierto que tanto a aquellas y sobre todo a aquellos "les acomoda" la situación que establece la diferenciación de los roles, aunque ésta sea desajustada, es como si cada uno defendiera su "predio", su "reinado" y dentro del cual además de sentirse omnipotente excluye la participación del otro.

He tenido la suerte de contar con innumerables amigos en Chile y cada vez que soy invitado a un asado, ni bien uno llega junto a su esposa siempre alguien se encarga de explicitar cuál es el lugar de los hombres y dónde se reúnen las mujeres... correcto acertó Ud. estimado lector, o es necesario que yo explicite lo que es de dominio popular.

En todo momento existe la posibilidad de construir espacios de acción plural sin segregaciones "naturalizadas" por el devenir de la costumbre. Es por ésto que también en el proceso post-divorcio la mujer posee la posibilidad de construir un espacio donde se permita la entrada del padre a un terreno que lo social, lo legal, lo familiar le depositara como propietaria natural y/o biológica y que siempre detentó. Sin ser clarividente es fácil prever que tal segregación no es beneficiosa para la cotidianidad femenina.

La práctica demuestra que habitualmente la mujer al sentirse propietaria natural de la educación y el cuidado de sus hijos se apropia físicamente de los menores y su destino, marcando las pautas relacionales con su ex-pareja (con el aval dado por lo planteado respecto a los roles y lo asignado a ello en lo socio-cultural, la madre expresa su superioridad respecto al padre en el proceso de post-divorcio se siente segura y dueña de la situación; no es la madre, en ninguno de los casos, portadora de un sentimiento de pérdida).

De esta manera las relaciones del padre con sus hijos quedan a merced de la buena o mala voluntad de la madre, para continuar siendo padres ajustados a la nueva situación o convertirse en padres de fines de semana alternos en el mejor de los casos, pues en incontables casos, e instrumentalizando a los niños, se suele usar el "permiso" de contacto como una herramienta de desquite, de venganza.
Los progenitores custodios cuentan a favor de su nociva práctica, con un amplio tiempo en cual pueden depositar sugestiones dañinas una y otra vez a su antojo y arbitrio. Además el padre no custodio, sufre la separación y el ostracismo impuesto desde fuera de la relación vincular emocional con su hijo/a.

Por su parte los hijos/as deben cargar sobre sus hombros el peso del juicio no juicioso de los adultos desajustados, desequilibrados y de una jurisprudencia que enjuicia a priori -a pesar de sus buenas intenciones- sin que los cortos años de su infancia conmocionada les alcancen para explicar ¿porqué el padre ausente es visto como el malo?, ¿porqué no lo puedo ver? ¿él, ya no me quiere?
Respuestas que no pueden ser encontradas sin que surja un fuerte conflicto de lealtades imposible de resolver y que manipuladas las emociones y sentimientos por los adultos en juego, se enarbolan como banderas triunfales que generan daño, sufrimiento y perversión.
La palabra "permiso" de por sí sola parece anacrónica o fuera de contexto, es usada aquí sólo a modo de ejemplo, ya que ésta también constituye parte del mito de un status con el poder sobre el destino de la descendencia y que se esgrime como un arma que otorga la recompensa -cual si constituyera la ganancia secundaria - de ocupar ahora el escalafón más alto en la jerarquía del poder privado en contraposición al poder público detentado por el hombre.

No resulta imprescindible que la madre posea una evidente tendencia a negar o impedir la existencia de una relación libre y abierta del niño con el padre, basta con que ella la obstaculice, ponga trabas, impedimentos más o menos sutiles en una confrontación de "nervios", dónde el que no tiene la guarda y custodia del niño suele perder la compostura rápidamente y comienza a "autoextirparse" en ocasiones con elevadas vivencias de dolor, en otras con resignación y quizás en otras con cierta tranquilidad debido a la carencia de "batallas" por su ausencia.

Si bien la Padrectomía está condicionada por diferentes esferas, ésta se concreta, según nuestros estudios, en dos expresiones susceptibles de ser evaluadas y materializadas: la legal y la maternal.

No menos cierto es, que algunos padres con un asumido social muy arraigado se plantean un "escapar" libertino que en nada se basa en relaciones de responsabilidad construidas por el apego, todo lo contrario. Por otra parte, existen madres que tienden a rechazar el contacto padre-hijo post-divorcio:

"...porque ya lo probé y el niño después que él me lo devuelve viene cambiado, desajustado. Yo quiero que sea como yo o como mi familia y no como él", planteaba una paciente.

Otras madres simplemente obstaculizan conscientemente sutil o abiertamente buscando la desmotivación paterna para "que no me moleste más". Pero atención, no se trata aquí de buscar culpables, pues lo más probable es que ambos tengan responsabilidades en este proceso, simplemente porque todos estamos determinados socialmente por la época histórico-socio-cultural que vivimos (¿o padecemos?).

El verdadero ánimo es el intento de buscar salidas a una situación en donde ninguna solución es "buena", buscar salidas que sean las menos malas para cada uno de los implicados en tal evento, buscar salidas que nos conduzcan a entrar en nuevos paradigmas existenciales en la relación paternidad-maternidad, pues se trata de evadir la rigidez en la concepción actual de los roles de género que obstaculiza e impide la consecución del ejercicio de la paternidad, una paternidad y maternidad más sintonizadas y felices, con la adecuada socialización de todos los miembros de la familia (Zicavo, 2001).

La Padrectomía pues, es originada en última instancia por la privación del rol paternal a través de la desestructuración y anulación de la función consolidada por la ausencia de compromiso y responsabilidad, así como por medio de la abolición o eliminación del lugar ocupado antes por el padre.
Cuando tal funcionalidad se fragmenta y comienza a desaparecer hasta el extremo de correr el riesgo de abolirse completamente, observamos que algunos padres asisten al crecimiento y desarrollo de un fenómeno que hemos llamado Síndrome del Padre Devastado.
En ellos este proceso sindrómico se genera a partir de la privación o la carencia de la relación afectiva significativa con sus hijos como resultado de la separación conyugal. Tal carencia podría resultar de una lectura adecuada de la realidad o incluso como percepción subjetiva de la ausencia del vínculo, o incluso, tal vez, como amenaza de ocurrencia.

 

 

 

 

 

 

 


BIBLIOGRAFÍA

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